Peugeot 308cc | Madrid | 10.620
El campeón de Liga obtiene, en cierto modo, el premio al marido del año. No hay otro equipo más fiel y constante, ninguno tan serio y familiar. Puede haber amantes más ocurrentes y chisposos, pero no soportan un calendario. El campeón, en muchos sentidos, comparte la filosofía amatoria de Paul Newman, aquel guapo de cine inmune a la infidelidad: "Para qué comer hamburguesa fuera cuando tengo solomillo en casa". Así ha sido el Madrid este año, un devorador de carne roja. Todo lo contrario a un Mad Men. Su persistencia en la virtud ha sido extremista y sus números son de familia numerosa: 115 goles en 35 partidos. Ni una distracción, ni una mala semana. Ni una debilidad.
El Madrid, en su perfecta fortaleza, no sólo ha sido capaz de ganar en las malas tardes. Hasta en esas ha goleado, como ayer. Nadie, que se sepa, había conseguido, hasta ahora, desvincular el fútbol de los goles. Con inspiración o sin ella, con viento a favor o en contra, con mucho o poco juego, los partidos se han cerrado en su mayoría con marcadores escandalosos. Lograr tal cosa es como embotellar vino sin necesidad de pisar las uvas. Un prodigio similar.
Ganar la Liga, y hacerlo con esa caravana de goles y récords, es cuestión de muchísimo mérito. Otra cosa es que el búnker insonorizado Mourinho haya puesto sordina a la felicidad. La perversa distinción entre mourinhistas y pseudomadridistas, ideada por el entrenador y consentida por el club, ha provocado que los aficionados más tímidos pidieran permiso anoche antes de festejar.